DERECHOS Y RESPONSABILIDADES SON UNA CONSTANTE (fragmento)
Derechos y responsabilidad son una constante
Guillermo Fernando Cámara
Este documento discute la importancia de ver a los estudiantes y docentes como seres humanos comunes y corrientes. Sostiene que los derechos y responsabilidades de los estudiantes y docentes están interconectados, y que es crucial valorar a los estudiantes de manera positiva para lograr buenos resultados. También enfatiza la necesidad de aprender de los estudiantes y eliminar estereotipos sobre ellos.
DERECHOS Y RESPONSABILIDAD SON UNA CONSTANTE, QUE NO SE PUEDE SEPARAR EN
COMPARTIMENTOS ESTANCOS
¿Miramos a nuestros alumnos o nos miramos como docentes que describen, conceptualizan y califican?
El otro condiciona mi forma de ser y, en gran medida, de pensar a ese mismo otro. Si nos paramos frente a un
grupo con la actitud (conste que no digo aptitud) del estereotipo del docente que lo sabe todo, o, del que
aprende en otros lados, en otros cenáculos, si nos calzamos una coraza de teorías pedagógicas, métodos, o,
técnicas mal aprendidas y mal ejercidas es posible que nuestros problemas recién empiecen. Pero si
tomamos la acción educativa, como acción, como una interrelación, donde el otro me penetra, con sus
problemáticas, de niño o de adolescente, o, de adulto (porque también tenemos alumnos adultos y nosotros
somos adultos que aprenden) si aprendemos a aprender a nuestros alumnos, si no olvidamos que somos los
que conducimos, pero con un estilo de conducción abierta y flexible, sin prejuicios, genuinamente
humanizados, como docentes, es muy posible, que rápidamente logremos resultados, que recuperemos
díscolos y distraídos, que nos valoren, como docentes, porque nosotros primero los valoramos positivamente,
no como alumnos, sino como seres humanos comunes y corrientes, como nosotros.
Y no se trata de autoritarismo, o, del dictado de la mirada única, sino con la firmeza bondadosa de aquel que
quiere aprender de sus alumnos, del que brinda respeto, del que obtiene orden natural, cuando el otro, o, los
otros comprenden que más tarde o más temprano lograremos aprender, para aprender a enseñar y,
finalmente, logremos despertar el pensamiento crítico dormido en nuestros alumnos, porque ellos también se
encuentran cargados de estereotipos sobre los docentes, cargados de prejuicios sobre la autoridad sin
firmeza de aquel que necesita revestirse de una coraza de docencia estructurada. Y no digo que no hablemos
fuerte, claro y pausado, porque ese sería otro error y muy grave, el de creernos los samaritanos o los
abuelitos bondadosos que hablan bajo, para no molestar, porque de una forma u otra los molestaremos,
porque, necesariamente, interactuaremos y nos sacaremos nuestras mutuas corazas de alumnos o docentes.
Pensando que somos, justamente, nosotros docentes y alumnos a la vez.
¿Cómo miramos y cómo nombramos?
Alguna vez, hace poco tiempo, en otro curso de un tenor parecido, decía que las tecnologías son importantes,
para nosotros y para nuestros alumnos, pero que lo nuestro sigue siendo artesanal, con o sin tecnologías, se
basa en la artesanía mental del que pretende entender al otro y aprender de él. Pero no hay que exagerar con
las tecnologías, no lo son todo. Me gustan mucho, las utilizo, como elementos de mis clases, pero no son la
base. La base es la preparación mental y el sano y viejo ejercicio de las buenas prácticas docentes. Luego
podemos decir, que sirven de soporte al conocimiento. Para mayores datos ver
http://www.conductahumana.com/articulos/gestion-de-recursos-humanos/el-proceso-de-ensenanza-
aprendizaje-el-taller-como-modalidad-tecnico-pedagogica/
¿Qué nos preguntamos? ¿Qué nos dan a pensar?
Me pregunto si todos los que habitamos (digo esto, porque la considero una casa y no una cosa, mucho
menos una función) una escuela, con la función que sea, tenemos presente que muchas de las acciones o
dichos, a los que estamos acostumbrados son penados por la Ley. En especial, cuando discriminamos, o,
cuando retrotraemos viejas discusiones, desde otro lugar, que ya fueron solucionadas ampliamente y se
encuentran plasmadas en leyes nacionales y provinciales (se pueden consultar más datos
en http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/seiguer_jvi.pdf), o, cuando desconocen antiguas leyes
universales de la docencia. No creo que solo nos quede decir, con Bertolt Brecht: “Qué tiempos serán los que
vivimos, que es necesario defender lo obvio”, porque pienso que siempre se puede hacer algo.
¿Que nos inquieta? ¿Dónde se posa mi mirada?
Y justamente me inquieta el mensaje que estamos dando al desconocer/negar cuestiones ya superadas. Es
por ello que poso mi mirada en el otro, en mí igual, en otro ser humano común y corriente, como yo.
¿Qué no puedo o no quiero mirar? ¿Qué pienso al mirar?
No puedo ver la violación de la ley, me subleva. No puedo ver la desidia, la incompetencia, la ignorancia, la
falta de profesionalismo y el cinismo, con el que violan la ley desde presuntas educaciones de punta. Al mirar
pienso en mis padres, en mis hijos, en mis amigos, que saben esto que pienso, que me quieren (aunque ya no
se encuentren en vida, porque algunos de ellos me formaron de esta manera) un ser humano, común y
corriente, que mira a los otros, como seres humanos, comunes y corrientes.
¿Qué veo ahora que antes no vi? ¿Que miramos al mirar?
Antes no había visto la enorme distancia que nos separa de lograr una actividad genuinamente profesional,
desde la base, considerándonos como seres humanos comunes y corrientes. Veo mucho trabajo por delante,
veo tremendos baches en la formación de mis pares, veo que estamos más próximos a defraudar, pero confío
en la gente buena (porque de esa manera fui formado (por mis padres, por mis formadores, por mis amigos y
es lo que me indican mis hijos, que debo hacer).
¿Qué quiero decir? ¿Qué otras miradas enriquecen mis palabras?
Les quiero decir a todos, que valoro en mucho esto y que espero que se lo tome con la seriedad que requiere
y podamos enriquecernos con las miradas de otros, ya sean especialistas o pares.
De niños, pasando por adolescentes, jóvenes y adultos.
Existe la creencia infundada que los niños son seres desprovistos de conocimientos, como cajas en las que
alguien debe colocar elementos. Es más, hasta hace muy poco tiempo veía en escuelas esas láminas, donde
se introducía en el cerebro de nuestros niños y adolescentes conocimiento. Hace algunos años, pocos para mi
gusto, esas láminas desaparecieron. Igualmente, ocurrió con la expresión formal de: “Dejar hacer, dejar pasar,
que ya solos se corregirán”. Pero en el fondo muchos de los habitantes del sistema siguen pensando de esa
manera. Es una verdad de Perogrullo, que la persona discriminada tiende a rebelarse contra la discriminación,
de diversas maneras y, es justamente, la acción de rebelarse, de ocultarse, o, de desaparecer, física o
mentalmente, la que es tomada como prueba de las características que se les asignan, para discriminarlos.
De igual manera, que la protección en grupos o barras no es solo una práctica adolescente. Los pares,
generalmente, buscan a los pares y mucho más si se sienten amenazados, cosa que ocurre con todos los
humanos, sin importar la edad (dicho esto sin entrar en cuestiones o categorías delictivas o mafiosas).
Asimismo, los adultos aplicamos diversos estereotipos para encasillar, no solo adultos, sino a los niños y
adolescentes: Suponemos que si son nacidos en la época de la vertiginosidad tecnológica, son maestros en
todas las artes de la informática, sin haber estudiado, por el simple hecho de ser niños o adolescentes; para
jóvenes y adolescentes usamos otros tipos de encasillamiento, más vinculados con las cuestiones de
mercado, con la televisión, con la misma informática, con la moda, con los gustos musicales, con las formas
de relacionarse. Pero solo demostramos, que los seres humanos podemos tener muy cerrado el
entendimiento.
Salvando las distancias de época y tecnología, nuestros niños y adolescentes, o, los jóvenes y adultos que
pueblan nuestras escuelas son idénticos a nosotros, cuando teníamos esa edad, solo que con menos
experiencia, siempre y cuando hayamos aprendido de esa experiencia. Pero si nosotros aprendimos de
nuestros pares, siendo niños y adolescentes, o, jóvenes, porqué hoy no podemos aprender, para aprehender
de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Es solo aprender de otra forma, desde otro lugar, con la carga de
nuestra experiencia aprehendida.
Mientras escribía lo anterior me venían a la mente imágenes de antiguas discusiones sobre jóvenes y adultos
en la escuela y recordaba a mis viejos maestros de la Formación Profesional, que me decían que una vez
caídos del sistema escolar, los antiguos adolescentes, no en el acto, pero sí prontamente, se transformaban
en adultos, por la necesidad de trabajar, si es que ella existía. Porque no debemos presuponer, como antes,
o, como en las grandes ciudades, que existe una adolescencia muy extendida, que es solo real en familias de
clase media, o, media alta, pero que no son comunes entre los seres comunes y corrientes, como nosotros,
que habitan nuestras escuelas, como alumnos y no como docentes.
Cómo miramos sin mirar. Cualquiera de nuestros alumnos tienen alguna experiencia previa: En una clase,
cuando explicaba el paso de cazador-recolector a productor del ser humano, comenté sobre una instancia
previa, que se había observado en las costas marítimas, cuando el humano comenzó a consumir pescado. En
ese momento les pregunté a mis alumnos de primer año (chicas y chicos de 13 a 14 años) si acostumbraban
a comer pescado. La mayoría me contestó que sí y, algunos (todas mujeres), que no les gustaba. Les
pregunté qué sentían luego de unas horas de comer pescado y varios me contestaron: hambre (incluidas las
niñas que no les gustaba, por el olor). Ello me permitió explicarles la vinculación con verduras y tubérculos en
el consumo de pescado y, por qué, ello derivó en la necesidad de cultivar. Viene a cuento de lo que ya
expliqué de la experiencia y la relación entre una dilatada experiencia y una corta experiencia, que puede ser
asimilada con las tecnologías y su vertiginosidad. Me permito agregar algo de mis escritos en relación con la
conformación de zonas de desarrollo próximo: “…La CAPACIDAD DE ANTICIPACIÓN se encuentra,
directamente, relacionada, con la CAPACIDAD DE PENSAMIENTO AUTÓNOMO, por sobre los paradigmas
ideológicos, por lo que tiene que ver con los niveles intelectuales de los individuos, o, en otras palabras, nos
referimos al pensamiento creador, por sobre el pensamiento al que nos impulsa el imperativo, puro y simple,
de la sobre vivencia. Para plantearlo de otra manera, cotejado con elementos conocidos, que es la forma en la
que los seres humanos, comunes y corrientes, aprendemos, para APREHENDER y, suponiendo, que
recuerdan el tema de las múltiples Zonas de Desarrollo Próximo, obrante en Formación Profesional III, en el
capítulo dedicado a lo que no se enseña a los supervisores. Vimos que existen varias, digamos cinco, a las
que dibujamos, como el símbolo de las olimpíadas, es decir cinco círculos concéntricos enlazados,
interrelacionados, a los que sumamos unos pequeños puentes entre el primero, el último y el del medio, que
nos conducen hacia otros círculos concéntricos, en este caso tres, que se tocan por sus líneas límites. Los
círculos entrelazados tienen que ver con la capacidad de pensamiento autónomo y los pequeños puentes
representan la capacidad de anticipación, mientras que, los círculos más autónomos, son las zonas de
desarrollo próximo vinculadas a los cambios, fundamentalmente, sociales, pero también tecnológicos y de la
naturaleza, porque esta cambia constantemente, según sus reglas y más aún con la impericia humana.
Debemos aclarar, que elegimos este dibujo, por una cuestión vinculada a nuestra profesión, a lo que no es
ajeno el bajo presupuesto al que nos acostumbramos los docentes y por ello nos supeditamos, pero,
tranquilamente, pueden ser más círculos, porque la capacidad de pensamiento del ser humano es ilimitada,
como su capacidad de aprender, para APREHENDER, aunque su capacidad de memoria no lo sea…” Ver
más en http://www.ediciona.com/sobre_las_multiples_zonas_de_desarrollo_proximo-dirpi-40732.htm
Peter Handke: “…Cuando el niño era niño le costaba tragar las espinacas, los chícharos, el arroz con leche y
la coliflor al vapor, y ahora come todo, no sólo por necesidad…” Nuestros alumnos pasan por un proceso que,
en parte, tiene que ver con las edades, o, más precisamente con la edad, pero el valor de esta se encuentra
influenciado por la pertenencia a un grupo social, o, a una clase social. Durante ese recorrido adquiere
destrezas y experiencias varias, trascendentes o no, solo deben tomarse como experiencias, que, igualmente,
pueden ser buenas y malas, pero se encuentra en general en una situación de ensayo-error inicial, vale decir
prueban todo y de todo, pero se quedan con lo más placentero, sin descartar o descartando
momentáneamente algunas. Cuando tienen problemas entran bajo la órbita de la tutela del Estado, como
menores, cuando se encuentran en riesgo o en peligro social. Pero ello no significa que puedan ser,
necesariamente, un problema, para la sociedad, porque como adolescentes, o, sea, como personas que
adolecen, que les falta representan un reto, para los adultos que los educan (en sus casas, porque en algunas
lo hacen y en las instituciones, en particular en la escuela, pero sin olvidar a otras, como los clubes). Como
niños o adolescentes reúnen determinadas características comunes, que no pueden y no deben ser tomadas
como igualdades, porque cada ser humano, mayor o menor, es esencialmente diferente a los otros, o, se
diferencia en esencia, que es el bagaje cultural y social que traen consigo desde su clase social o desde su
cultura o etnia. Pero hablamos de infancias o de adolescencias en plural, porque estamos situando el punto
de partida y de destino de nuestro discurso, fijamos artificialmente, o, si lo prefieren virtualmente, una etapa,
que puede ser no igualitaria, pero sabemos que nos referimos a un determinado momento de crecimiento, de
maduración, de educación, de la vida de esos niños, o, adolescentes, que, en el mejor de los casos, cuando
hacemos bien nuestro trabajo, nos colman de preguntas (situación que no solo ocurre en la infancia), o, nos
tratan como a personas de referencia. Siempre y cuando les hayamos demostrado respeto, como niñas, niños
o adolescentes.
¿Son las instituciones que los adultos creamos para los niños, niñas y adolescentes, una casa que los recibe?
La Escuela, en el esfuerzo de implantar la Convención de los Derechos del Niño, se transformó en una
institución neutra. No digo neutral, digo neutra a secas, donde conviven antiguas (camufladas) y nuevas
concepciones de la niñez y eso determina tensiones soterradas que se expresan en la negación de la casa de
todos. Ya explique que considero a la escuela mi casa, pero algún niño o adolescente la puede considerar,
como un boliche (tengo algún ejemplo de ello: Transitando los pasillos de una escuela de un pueblo muy
pequeño, que hasta ese momento no tenía boliche, una niña-adolescente me dice: “¿Nos conocemos de
algún lado?”, haciendo referencia a que había sido profesor de ella, en otra escuela). Pero la forma de
preguntar fue de boliche. Igualmente, se puede tomar como un sitio para divertirse según esa particular
concepción de la escuela de todos. Y creo que es parte del problema, porque sería ideal, que logremos
transformar a la escuela en un lugar para divertirse y aprender, para aprehender. Con lo que chocamos, con
las rigideces propias de la estructuración de la docencia. Chocamos con las distancias y los niveles artificiales
del que siente que representa una función trascendente y no se anima a trascender la función y hacer de su
trabajo algo divertido, para aprender a aprehender. Igualmente, sabemos que existen límites, pero no son los
artificiales, porque los límites los marcan las leyes. El Estado Liberal y su continuación Neoliberal, trataron al
niño “problema”, como menor y por ello se centró en la institución de Minoridad y Familia, donde llegaban
esos niños problema y sus familias. Hoy tratamos de atraer a la familia a la Escuela y tenemos poco éxito,
cuando convoca la escuela (por desidia, o, porque se perdió prestigio) y un poco más cuando el Estado llama
a democratizar la Escuela, incorporando a su administración a los alumnos y padres. Me parece bien el
cogobierno, encarado desde una perspectiva real, genuina, de verdadera co-participación (aunque a algunos
de mis pares les cause estrés y otros estudien elaborados instrumentos o procedimientos grupales, para
evitarlo), porque me eduqué en una escuela secundaria con cogobierno (hace cuarenta años) y todos
sabemos cómo transformamos algo que queremos en nuestra casa. Por lo cual, cuando digo que la Escuela
es mi casa, me refiero a ese recuerdo (que sigue vigente en otro lugar, pero no como recuerdo, sino como
realidad) y tengo la esperanza, o, la ilusión de que se repita, para reencontrar mi casa, con certeza, en otro
territorio. Y esto no es una postura partidista, porque no tengo partido, pero sí tengo ideología, que es lo que
me impulsa a soñar (trabajando) en realidades.
La Ley se acata, pero no se cumple. En la génesis de nuestro país, cuando empezamos a pensarnos como
habitantes de un suelo nacional, incluso antes, cuando seguíamos transitando los derroteros del antiguo
Virreinato se forjó una frase, que luego se transformó en paradigma argentino: “La Ley se acata, pero no se
cumple”. Y eso se aplica a todo y a todos. No es raro que en nuestras escuelas esas premisas se encuentren
a la orden del día, ya que existe una larga práctica de soslayar lo insoslayable. No existen, presuntas,
educaciones de punta, que hayan podido desterrar esa marca indeleble de nuestro acervo cultural.
Generalmente hacemos como que no vemos, o, miramos para otro lado, o, pensamos que ello no es para
nosotros, que estamos por sobre esas pequeñeces. Y en ello concuerdo con Skliar, cuando dice: “...el
lenguaje del derecho acerca de los niños: ¿qué decir? A riesgo de ser mal comprendido, parece ser la
coronación de un cierto tipo de lenguaje sobre el niño cuyo refinamiento le sirve sobre todo a la pluma del
adulto… ocurre que una vez proclamados, nos retiramos satisfechos a continuar la escalada de desidia y
abandono…” Casi todos los días, puedo observar en mi práctica, que los derechos de los niños (y en este
momento no hablemos de Convención, de tratados internacionales, o, de Leyes Nacionales y Provinciales,
que igualmente se encuentran muy descuidadas en su aplicación por quien debiese aplicarlas, que es el
Estado), son manipulados de acuerdo a las necesidades de la conducción de procesos educativos, o, de su
negación. A diario veo y escucho alguna persona que trabaja en el sistema, como se golpea el pecho
remarcando que acata la Ley. Rara vez eso se plasma en cuestiones prácticas. No digo que nunca, para no
herir a personas susceptibles (porque de esas conozco muchas en la zona), pero es más que frecuente, que
tras la declaración se abandone en ese juego de decir, para no hacer. Y, cuando no hacemos, cuando no
ejecutamos, cuando no conducimos, cuando apelamos al “dejar hacer, dejar pasar, que ya solos se
corregirán", lo único que hacemos es precipitar uno, o, varios de nuestros alumnos al precipicio del abandono
(que puede y muchas veces ocurre, traducirse en abandono escolar), pero eso sí, estamos seguros que
“hicimos lo mejor que pudimos”, o, hicimos sin hacer, que las cosas transcurran como si ellas tienen la
facultad de encaminarse solas, aunque algunos, directamente, en reuniones entre pares pontifiquen que no
puede hacerse nada. De todas maneras, creo, que la mayoría de mis pares tiene buenas intenciones y me
refiero a “las mayorías silenciosas” y espero que en este futuro se dejen escuchar.
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